estás tan lejos que casi puedo tocarte,
abro los ojos y no puedo verte,
en cambio si los cierro puedo mirarte,
si aprieto un botón puedo oirte,
cuando voy a dormir puedo soñarte,
la distancia me acerca cada día más a ti,
aunque la distancia se mida de muchas maneras,
yo quiero medirla con la palma de mi mano.
9.27.2008
9.20.2008
El Señor Esteban
Me acuerdo de niño, cuando aún soñaba, que después de los partidos de los domingos con mi equipo, en muchas ocasiones mi padre me llevaba al bar del señor Esteban. Este señor de ojos azulados saltones, rostro flácido y marcado por la edad, sonreía con rostro serio y un saber estar impresionante. Con el tiempo se había enraizado a aquella barra y desde allí ordenaba suavemente a su mujer, la cual se encontraba en la cocina, que fuera preparando uno de los pintxos calientes castellanos del día. Mientras tanto con su descomunal cojera se movía lentamente para servirnos un vino y un mosto acompañado de unas aceituna arrugadas. Todo en aquel bar es arrugado pensaba yo.
Cuatro señores juegan en silencio a las cartas, salvo después de la última baza, que mediante improperios e insultos rien y comentan el juego pasado y partidas anteriores. El señor Esteban me mira, les lanza un grito de autoridad y después me sonríe. Llega el pintxo caliente tras el grito de su mujer y el señor Esteban se acerca renqueando hasta la cocina, yo aprovecho la ocasión para asomarme detrás de la barra e intentar ver su cojera, aquella pata de palo que mi padre tantas veces me había descrito pero que solamente llegaba a intuir a través de los pantalones de pinzas grisáceos.
Trae los pintxos de chorizo,cueros, jamón.. todos de origen ibérico y recien traídos según él por algún pariente suyo que acababa de llegar a Irún. Mientras devoro aquel manjar arrugado, el Señor Esteban habla de su pueblo y del calendario nuevo de toreros que también le han traído. De repente el bar se calla y el silencio se come al bar de aperitivo, y el Señor Esteban cae en sus melancólicos pensamientos y recuerdos. Cuando terminamos de comer pagamos y él siempre nos invita a algo.
Causas de la vida hicieron que me mudara hace unos años hacia el barrio donde se encuentra el bar. A diario para ir a mi casa hemos de pasar enfrente del bar y si la suciedad de los cristales lo permitía allí se le veía. Mi padre solía decir que siempre que pasaba tenía la obligación de entrar a saludarle. Hace unos meses vi el bar cerrado y me temi lo peor. Semanas más tarde lo vi en obras y me dije que ya era hora de renovarse un poco Señor Esteban. Me equivocaba.
Cada día que paso, veo más y más gente en el bar, pero los viejos y su partida habían sido relegados al parque o a otro bar parecido. Murmullos silenciosos y entredientes de los viejos se escuchan en el viento del parque. Oigo que lo feo se ha adueñado del feudo del Señor Esteban. Los listos arabes que ven pasar el día entre el humo y lluvia, los gitanitos con su alegría en polvo y algún que otro especimen irundarra han invadido la tranquilidad y añoranza de aquellos dominios.
Y ayer vi al Señor Esteban.
Paseando por la acera y mirando en lo que se han convertido sus recuerdos de ese bar en el que prácticamente había pasado toda su vida y la mia. Me senté y le observé. Daba cinco pasos ayudado por sus muletas, se paraba, miraba al bar y respiraba. Así hasta llegar a su corto trayecto. Cuando se cruzó conmigo no me vio porque estaba mirando sus antiguos recuerdos, pero yo si le miré y vi una lagrima, esa lagrima que arrastró mis pensamientos y estas palabras a mi bolsillo.
Cuatro señores juegan en silencio a las cartas, salvo después de la última baza, que mediante improperios e insultos rien y comentan el juego pasado y partidas anteriores. El señor Esteban me mira, les lanza un grito de autoridad y después me sonríe. Llega el pintxo caliente tras el grito de su mujer y el señor Esteban se acerca renqueando hasta la cocina, yo aprovecho la ocasión para asomarme detrás de la barra e intentar ver su cojera, aquella pata de palo que mi padre tantas veces me había descrito pero que solamente llegaba a intuir a través de los pantalones de pinzas grisáceos.
Trae los pintxos de chorizo,cueros, jamón.. todos de origen ibérico y recien traídos según él por algún pariente suyo que acababa de llegar a Irún. Mientras devoro aquel manjar arrugado, el Señor Esteban habla de su pueblo y del calendario nuevo de toreros que también le han traído. De repente el bar se calla y el silencio se come al bar de aperitivo, y el Señor Esteban cae en sus melancólicos pensamientos y recuerdos. Cuando terminamos de comer pagamos y él siempre nos invita a algo.
Causas de la vida hicieron que me mudara hace unos años hacia el barrio donde se encuentra el bar. A diario para ir a mi casa hemos de pasar enfrente del bar y si la suciedad de los cristales lo permitía allí se le veía. Mi padre solía decir que siempre que pasaba tenía la obligación de entrar a saludarle. Hace unos meses vi el bar cerrado y me temi lo peor. Semanas más tarde lo vi en obras y me dije que ya era hora de renovarse un poco Señor Esteban. Me equivocaba.
Cada día que paso, veo más y más gente en el bar, pero los viejos y su partida habían sido relegados al parque o a otro bar parecido. Murmullos silenciosos y entredientes de los viejos se escuchan en el viento del parque. Oigo que lo feo se ha adueñado del feudo del Señor Esteban. Los listos arabes que ven pasar el día entre el humo y lluvia, los gitanitos con su alegría en polvo y algún que otro especimen irundarra han invadido la tranquilidad y añoranza de aquellos dominios.
Y ayer vi al Señor Esteban.
Paseando por la acera y mirando en lo que se han convertido sus recuerdos de ese bar en el que prácticamente había pasado toda su vida y la mia. Me senté y le observé. Daba cinco pasos ayudado por sus muletas, se paraba, miraba al bar y respiraba. Así hasta llegar a su corto trayecto. Cuando se cruzó conmigo no me vio porque estaba mirando sus antiguos recuerdos, pero yo si le miré y vi una lagrima, esa lagrima que arrastró mis pensamientos y estas palabras a mi bolsillo.
9.14.2008
mi agujero
Tengo los bolsillos llenos de palabras
que se escapan por el agujero del pantalón,
caen deslizandose y me rozan los tobillos,
algunas se quedan dentro atrapadas,
otras acaban en el suelo mostrandome el camino.
que se escapan por el agujero del pantalón,
caen deslizandose y me rozan los tobillos,
algunas se quedan dentro atrapadas,
otras acaban en el suelo mostrandome el camino.
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